Si hay algo que ha quedado patente en los artículos de Informe Insólito que versaban sobre tiburones es el gran misterio que gira entorno a ellos. Además, a ello se suma una mala fama casi institucionalizada. El cine sentó las bases, pero quizá sea el desconocimiento sobre este grupo zoológico lo que ha llevado a que dicha idea cuaje en la población.
El aspecto de enormes escualos como el Megalodon, o la extraña mandíbula circular del Helicoprion no deja sin duda indiferente a nadie. Es algo que ambas especies tienen en común con el protagonista del artículo de hoy, el tiburón duende. Sin embargo, también hay una gran diferencia entre Megalodon y Helicoprion con respecto a la misma. La especie de hoy aún existe en nuestros mares.
Su descubrimiento es además bastante reciente. Lo que más destaca es esa prolongación del cráneo que sobresale por encima de la boca. Su mandíbula, como las de todos los tiburones actuales, se mueve de forma independiente al cráneo, y puede expandirla hacia delante como si de un tubo se tratase. El tiburón duende pertenece a una familia de escualos de la que es el único representante, ya que sus parientes más cercanos son especies ya extintas.
El primer especimen fue capturado en 1.898 en Japón, y medía 1,5 metros. Más tarde y también en Japón, se capturó un ejemplar vivo, que fue trasladado a un acuario, donde murió un tiempo después.
Mide entre 2 y 3 metros en su etapa adulta, aunque se ha estimado una longitud máxima de 6 metros. Pueden pesar hasta 700 kilogramos. Además, las aletas pectorales y pelvianas son más grandes que las dorsales. Su color tiene además tintes verdaderamente fantasmagóricas, ya que dominan los tonos claros, rosados y grisáceos en los laterales y el vientre, mientras que se oscurecen en la zona dorsal. El cuerpo es alargado y comprimido.
Sin embargo, no es fácil de observar, y sus hábitos comportamentales son los responsables del escaso conocimiento que sobre él hay. Se limita única y exclusivamente a las aguas profundas, alrededor de los 1.400 metros bajo la superficie. Se alimenta de peces, crustáceos y cefalópodos, para cuya captura le resulta muy útil el hocico que posee, con una alta concentración de receptores. Estos receptores son habituales en los escualos, y reciben el nombre de «Ampollas de Lorenzini«. Son unos poros llenos de una sustancia gelatinosa que funcionan como un sentido del tacto a distancia, que perciben el movimiento y las estelas de los peces y otras presas potenciales en el agua, además incluso del pulso de las mismas. Pueden percibir por ello los escualos descargas eléctricas emitidas por los músculos de sus presas aunque solo sean de 5 nanovoltios. Por ellos los tiburones pueden incluso capturar presas escondidas bajo la arena.
Se sabe muy poco sobre la reproducción de esta especie. Este profundo desconocimiento no solo impide acceder a su biología, sino que también su estado de conservación es todo un misterio.
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