Fue en el siglo XVI cuando en Europa se empleaban las galeras, que eran barcos preparados para las grandes batallas navales, barcos que combinaban la propulsión a vela y a remo para poder desplazar unos 40 metros de eslora. Pero no solamente tenían una misión bélica sino durante varios siglos fue lugar para poder cumplir condenas penitenciarias. Eran cárceles flotantes donde las condiciones eran muy extremas e inhumanas. Por eso la mayoría de presos acababan en el fondo del mar, las galeras fueron el infierno de los galeotes.
En 1349 el rey Pedro IV de Aragón y III de Cataluña ofrecía a determinados delincuentes la opción de alistarse en estas embarcaciones aunque no eran obligados a remar. Por aquel entonces estas penas estaban consideradas como una especie de indulto ya que se suspendían los procesos penales abiertos contra ellos. Así ocurrió con cuatro presos que navegaron con Colón como fueron Bartolomé Torres, Pedro Izquierdo, Alfonso Clavijo y Juan Moguer.
Durante el reinado de los Reyes Católicos comenzaron a dictarse penas y condenas a galeras, pero no fue hasta el 1530, bajo el mandato de Carlos I cuando se firmó la primera ley con la cual se condenaba a las galeras. La escasez de remeros por falta de voluntarios y el aumento de la flota aligeraron este tipo de condenas. La pena mínima se estableció en dos años para poder rentabilizar el uso de estos remeros. Al principio estas sentencias eran aplicables a ladrones, blasfemos y desertores, pero pronto se amplió a otros delitos, incluso vagabundos y gitanos eran elegidos forzosamente. La pena de embarcar en una galera como remero parecía ser mejor opción que la de amputar algún miembro o la de ingresar en una prisión, aunque realmente no era así.
El condenado a galera era conocido como galeote, primero pasaba una temporada en la cárcel y después se trasladaba por río o mar a los barcos. Eran fuertemente encadenados con argollas, grilletes, eslabones en el cuello y candados. Con todo esto se fijaban en los bancos a bordo donde pasarían probablemente el resto de sus días. Al principio la pena se aplicaba por poco tiempo debido a su dureza y con un máximo diez años. Tristemente no llegaba casi nadie al final de la condena por esto la conmutaban por perpetuidad entre rejas.
A los galeotes les proporcionaban algo de ropa, la cual debía durar toda la condena. Eran atravesados por cadenas unidas en ristras sin quitarles jamás el grillete de los pies. La inmovilidad era casi absoluta ya que apenas tenían unos dos metros de longitud de cadena de libertad de movimientos.
En estas galeras de casi 500 toneladas se usaban un solo tipo de remo construido en madera de haya, pudiendo alcanzar una longitud de hasta 11 metros por 2,5 metros de pala. El peso de cada remo era de unos 150 kilogramos, por lo que cada remero debería de encargarse de unos 25 kilos. Se sentaban en el extremo o tramo final aquellos galeotes más experimentados y fuertes.
Estos pobres condenados cuando ocupaban por primera vez sus bancos no podían imaginarse las increíbles penurias que vivirían a bordo hasta el final de sus días. El banco además de ser su puesto fijo en la nave, era su protección, su guarida ya que dormían debajo de él al estar situados al aire libre. La lluvia, el calor y la humedad en las horas punta complementaban el sufrimiento de estos hombres.
Los galeotes eran animados a desempeñar su función a latigazos al compás de tambores y cánticos marciales. El ritmo y duración vendría marcado por la situación táctica o de maniobra en la que la galera se viera inmersa, como batallas navales, persecuciones a otras naves, capeos de temporales, etc. Las argollas y grilletes se clavaban en la carne ensangrentada y cercenada del preso, el cansancio y las heridas provocaban hemorragias abundantes que propiciaban un triste final. La mayoría morían exhaustos clavados en sus bancos hasta que el alguacil cortaba los grilletes para poder sacar el cadáver en presencia del resto.
Eran alimentados una vez al día y su escasa dieta consistía en un pan cocido doblemente para evitar su putrefacción llamado curiosamente bizcocho. Era un pan negro y muy duro que podía partir o desprender los molares con un solo bocado. Había que remojarlo varias veces siendo misión imposible masticarlo. Si sobraba se hacía una sopa con el pan llamada mazmorra, que se serviría de cena en aquellos días que había habido más trabajo. Este pan muy ocasionalmente era acompañado por una ración de habas cocidas que estaban tostadas, careciendo de vitaminas y minerales. Para disfrute de los reos en contadas ocasiones era acompañado también por un chorrito de vinagre.
Para saciar la sed lo tenían muy complicado ya que el agua estaba normalmente caliente, estanca, podrida, turbia y fétida debido a una mala conservación ya que las condiciones no eran las idóneas. Caldo de bacterias y enfermedades, el agua no la probaban a no ser que fuera totalmente imprescindible.
La ausencia total de verduras y de frutas en la dieta provocaba numerosas dolencias y terribles consecuencias. Problemas gástricos y digestivos producidos por avitaminosis, inflamación de encías, pérdidas de pelo y de piezas dentales, llagas y lesiones en la boca, así como la aparición de graves enfermedades como la tuberculosis, el escorbuto, beriberi, pelagra. Todas estas dolencias no eran tratadas a bordo, sino que terminaban con la vida del galeote en el fondo del mar.
Todo rodeado de una falta total de higiene, conviviendo entre las heces hediondas que no eran recogidas ni almacenadas apropiadamente sino dejadas secar. Acompañados de una abundante fauna, también hambrienta, como insectos y roedores que campaban a sus anchas mordiendo en piernas y orejas.
Cuando enfermaban se les alimentaba un poco “mejor”, se les aumentaba la dieta, pero en la mayoría de casos no era la solución debido a la escasez de vitaminas y a la falta de personal médico. Eran los barberos los que se atrevían a emplear el cuchillo y la sierra para amputar, así como realizar alguna cura o emplaste.
Pero no todo terminaba aquí, sufrían vejaciones y torturas de todo tipo y sobre todo si eran extranjeros procedentes de otros países lejanos. Los azotes, amputaciones de miembros, mutilación de narices y orejas estaban a la hora del día. Todo castigo era válido a bordo para dar ejemplo o acabar cuanto antes con la vida del preso, lo cual algunos agradecían, preferían la muerte a continuar con una condena que nunca llegaría a su fin.
Sufrían castigos brutales y ejemplares como la colocación de balas de cañón en los genitales. Eran colgados por sus partes de algún palo de la nave hasta el desgarro total. Atados por sus extremidades hasta ser despedazados provocado por la acción de varias galeras tirando en sentido contrario.
Existieron algunos personajes políticos de la época que trataron de liberar o suavizar este tipo de condenas mediante propuestas de ley, ya que los pocos galeotes que conseguían llegar a los diez años eran olvidados en el barco. Terminaban en el mar atados con sus cadenas en medio de la batalla cuando la galera era alcanzada por el enemigo. No había un seguimiento de la condena.
Aunque los inicios de la condena a galeras fueron prometedores, la realidad era bien distinta, era una condena a muerte, una condena infernal que permitía al condenado a sufrir agónicamente hasta el día de su muerte, a envejecer a un ritmo acelerado.
La condena fue suprimida en 1748 por Fernando VI ya que las galeras estaban desapareciendo y las que quedaron fueron utilizadas como barcos dormitorios de algunos puertos y ciudades. Aun así fue restablecido años más tarde por Carlos III en 1784 aunque el mal estado de las naves y los avances astronómicos y marítimos acabaron con esta condena para siempre en España en 1803. Aunque hoy en día aunque parezca increíble existen cárceles flotantes que transportan detenidos por agencias de inteligencia conocidas vulnerando la legalidad y los derechos humanos … pero esto es otra historia…
Muchísimas gracias por un artículo tan completo. La verdad es que es horrible todo lo que los pobres galeotes tuvieron que sufrir. Era una pena completamente deshumanizadora, estoy convencida de que los pobres galetoes al llegar al barco se sentían como si hubiesen llegado al infierno. Me pone los pelos de punta, no sólo las condiciones que son terribles, sino también porque he leído que algunas veces, los pocos que conseguían superar la condena, al no hallar trabajo ni rehabilitación en la sociedad, decidían volver voluntariamente a las galeras. Eso y si ni siquiera había un buen seguimiento del condenado, imaginar que muchos de ellos no serían culpables del crimen imputado. Una condena estremecedora y demasiado bárbara.
Hola Frida muchas gracias por leernos y comentar el artículo, tuvo que ser como dices horrible y muy duro, un infierno casi imposible de superar.