Los agentes utilizados para una guerra biológica pueden ser considerados más letales y potentes incluso que las armas convencionales. Gracias a su fácil producción y a la amplia gama de agentes donde elegir, hace que la guerra biológica sea una de las firmes candidatas a ser utilizada en zonas pobladas durante algún tipo de conflicto o guerra.
Las armas biológicas son invisibles y sus efectos suelen ser retardados. Estos factores permiten que sean perfectas para ser utilizadas a la hora de inculcar miedo y causar confusión entre sus víctimas. Un ataque de guerra biológica no sólo provoca la enfermedad y la muerte en un gran número de víctimas, sino también crea miedo, pánico e incertidumbre.
Durante los años cincuenta y sesenta en EE.UU. se realizaron una serie de experimentos al «aire libre» con sustancias patógenas y otras supuestamente inofensivas, obviamente sin informar y sin el consentimiento de la población. Operaciones justificadas por ser inocuas, aunque no fueran realmente así, como «Sea-Spray y Open City, las ilícitas operaciones Open-Air».
Las enfermedades infecciosas han existido desde los orígenes, y desde hace miles de años los ejércitos han utilizado a los enfermos infectados y cadáveres para contagiar al enemigo, contaminando sus alimentos y agua. Por ejemplo los pueblos tártaros lanzaban sus cadáveres contagiados de peste a su enemigos para provocar la enfermedad y su propagación en las ciudades. La viruela también se utilizó como arma biológica, en el siglo XV durante la conquista de América del sur, algunos historiadores creen que Francisco Pizarro regalaba vestimentas impregnadas de viruela a los nativos.
Durante la Primera Guerra Mundial, Alemania empezó a desarrollar un plan de guerra biológica, infectando de Bacillus anthracis (ántrax) y Pseudomonas pseudomallei a caballos y bovinos para exportarlos a sus enemigos.
Japón fue otra de las pioneras en la experimentación de armas biológicas desde los años treinta hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en el conocido programa llevado a cabo por Shiro Ishii y más tarde por Kitano Misaj. Existían varias unidades encargadas en la experimentación biológica siendo una de las más importantes la «Unidad 731«. Con una plantilla de más de 3000 científicos repartidos en cientos de laboratorios se cocinaban enfermedades como Ántrax, Neisseria meningitidis, Vibrio cholerae, Shigella spp, y Yersinia pestis que probaban con presos y población china.
Los británicos también tuvieron su papel en el uso de armas biológicas, fueron acusados por los alemanes de intentar introducir la fiebre amarilla en la India mediante mosquitos africanos infectados. También experimentaban con Bacillus anthracis en bombas de esporas en las costas escocesas, en concreto en la isla Gruinard.
En los EE.UU el programa de armas biológicas se inició en 1942 donde se crearía un centro de investigación conocido como Fort Detrick, que por aquel entonces se llamaba Camp Detrick y hoy en día es el Instituto de Investigación Médica del Ejército de Enfermedades Infecciosas (USAMRIID) situado en Frederick, Maryland. Lugar donde más de cinco mil bombas de esporas de ántrax fueron producidas sin apenas medidas de seguridad, siendo este el principal motivo de no producirlas en cantidades a gran escala. Durante la guerra de Corea, del 1950 al 1953, se creó una nueva planta de producción en Arkansas en el Arsenal Pine Bluff compuesto por casi 300 tanques de almacenaje.
Fue a partir de entonces, entre 1951 y 1954 cuando se realizaron varios experimentos secretos en algunas ciudades norteamericanas para demostrar y estudiar la vulnerabilidad existente ante posible agentes bacteriológicos. Ciudades localizadas en ambas costas se utilizarían como laboratorios. Estudiarían la formación de aerosoles y sus patrones de dispersión. Observaban el comportamiento de estos aerosoles en grandes áreas geográficas, los efectos solares sobre ellos y las condiciones climáticas adecuadas para una difusión efectiva. Investigarían técnicas de almacenaje así como métodos de pulverización.
Operación Sea-Spray
La primera ciudad elegida como laboratorio para estas simulaciones fue San Francisco, bajo la secreta Operación Sea-Spray. Las operaciones fueron dirigidas por el doctor Sidney Gottlieb, bioquímico y psiquiatra, responsable del también conocido proyecto de control mental MK Ultra. Buscaban sustancias para ser rociadas sobre poblaciones para causar conmoción y estados largos de confusión, incapacidad física, parálisis de las extremidades, y un largo etcétera.
Para la bahía de San Francisco el ejército americano utilizó las bacterias Serratia marcescens, bacilo gram negativo de la familia Enterobacteriaceae, considerada en aquellos años como inofensiva, la bacteria Bacillus globigii y la Bacillus subtilus acompañadas de las cancerosas partículas fluorescentes como zinc-cadmio-sulfide (ZnCdS) para poder ser monitorizadas desde distintas estaciones base de recogida de datos. El experimento se llevó a cabo entre el 20 y 27 de septiembre de 1950. Un buque cazaminas fondeado en algún lugar próximo a la costa de San Francisco se dedicó a pulverizar a la atmósfera este dañino cóctel desde unas enormes mangueras en cubierta. Eran disparadas en periodos de 30 minutos, formando unas enormes nubes de más de 2 millas de longitud. Las estimaciones eran de que al menos 5.000 habitantes de los 800.0000 las inhalarían. Se controló el tiempo, la temperatura, la velocidad del viento y la humedad. Arrojaron 500 partículas por minuto y litro que permanecieron durante varias horas en el aire. En total fueron seis ataques experimentales, cuatro con Bacillus y dos con Serratia. Concluyeron que era factible atacar a una ciudad con aerosoles desde el puerto.
Pero todo no acabaría aquí, ¿qué consecuencia tuvo para la población?. El 11 de octubre, 11 residentes de San Francisco ingresaron en el hospital Stanford por unas extrañas infecciones en el tracto urinario. Las bacterias habían entrado por el tracto urinario abriéndose camino por el torrente sanguíneo y aferrándose finalmente al corazón. La bacteria que provocó las infecciones nunca había sido registrada en este ni en ningún hospital de la zona en más de treinta años, se trataba de la Serratia marcescens. Estas infecciones no eran nada comunes, de hecho el médico que trató los casos, el doctor Richard Wheat, publicó un artículo relacionado sobre la extraña infección en la revista médica American Medical Association´s Archives of Internal Medicine.
Todos los pacientes se lograron recuperar excepto uno que murió a las tres semanas de una endocarditis se trataba de Edward Nevin. Este enfermo había ingresado para someterse a una cirugía de próstata. Todo fue bien pero el post operatorio no sucedió según lo previsto complicándose su estado.
Con el tiempo se registraron también multitud de casos con síntomas de neumonía e infecciones de vejiga aunque no trascendieron más datos. La bacteria fue combinada con fenol, potente fungicida y desinfectante. Se registraron muchas infecciones provocadas por estas bacterias en consumidores de drogas por vía intravenosa.
Pero con San Francisco fue solo el comienzo, varias ciudades fueron utilizadas en la década de los 50 y 60 como laboratorios. Después le tocó al turno a Florida donde rociaron con bacterias la bahía de Tampa, en concreto con la bacteria gram negativa Bordetella pertussis que provocó numerosos casos de tos ferina. Este brote en la población provocó varias muertes.
Operación Big City
La operación Big City, fue otro de los más importantes experimentos que se llevaron a cabo en la ciudad de Nueva York, en el 1966. Se buscaba un material químico que causara un estado mental reversible y que no fuera tóxico. En esta operación se realizaron diversos experimentos. Para el primero se modificó el tubo de escape de un coche de la época en concreto un «Mercury». Le alargaron el tubo de escape unos 7 centímetros y le acoplaron un dispositivo para rociar sustancias químicas complementadas con LSD mientras daba vueltas alrededor de la gran manzana, recorriendo más de 80 millas. Durante el trayecto emitían un tipo de gas, el cual iría afectando a los transeúntes de la ciudad. Lanzaban clavos y chinchetas impregnados de Bacillus subtilus durante las horas de mayor tráfico.
Este experimento fue seguido por varios más, en concreto en el red de metro de la ciudad. Hacían explotar artefactos con aerosoles que iban camuflados en unas maletas en algunos vagones del metro. Los encargados de realizar estas pruebas llevaban filtros nasales para su seguridad. También utilizaban una especie de bombillas o bulbos de cristal rellenos de esta bacteria que los dejaban gotear en las principales estaciones de Manhattan. Estudiaban la propagación de esta sustancia y determinaban la vulnerabilidad de las personas. Miles de ellas fueron expuestas sin conocimiento ni consentimiento alguno.
A la vez que en Nueva York, fueron otras ciudades las que sufrieron estos experimentos, como Washington donde se pulverizó la Bacillus globigii en el aeropuerto y su terminal de autobús. Más de un centenar de pasajeros se encargaron sin saberlo de repartir la bacteria por más de siete estados y cuarenta ciudades.
Durante estas operaciones Open Air fueron rociadas con sustancias químicas y bacteriológicas casi trescientas áreas pobladas desde 1949 hasta 1969. Según el ejército en 80 de estas pruebas se utilizaron sustancias no tóxicas y gases inertes.
La historia norteamericana de estos años estuvo cubierta de experimentos y operaciones atroces, realizadas sobre su propia población. Las bacterias utilizadas y demás componentes químicos eran nocivos para la salud. Podían causar enfermedades graves sobre todo a personas con sistemas inmunes debilitados, como enfermos, ancianos o niños.
Desarrollaron un grandísimo arsenal biológico que incluía agentes de todo tipo con multitud de aplicaciones tanto en humanos, como en animales y plantas. Actualmente el ejército de EE.UU. es posiblemente el más experto y conocedor de este tipo de armamento, de los patrones de dispersión, del almacenamiento en cantidades industriales y de la producción de microorganismos a gran escala. Casi todo lo que se sabe en guerra bacteriológica es gracias a aquellos poco éticos años experimentales.
El historial no acaba aquí, más bien comienza. Multitud de experimentos siguieron a continuación hasta nuestros días. Hoy, continúan esparciendo gases supuestamente inofensivos, pero esa es otra historia …