Las plantas quizá sean los seres vivos que menos llaman la atención debido al poco o inexistente movimiento de sus estructuras biológicas. Sin embargo, no dejan de ser la base de todas las cadenas alimenticias terrestres y algunas también de los medios acuáticos. Por extraño que parezca, a pesar de que puede pensarse que están a merced de los animales herbívoros que las devoran sin piedad diezmando por ejemplo llanuras enteras cubiertas de herbáceas, no es para nada así.
De hecho, más bien podría decirse que las plantas controlan a los animales. Las migraciones de éstos últimos están ligadas a los ciclos de crecimiento de las mismas en la práctica totalidad de los continentes, incluso cuando se trata de animales que no se alimentan de plantas, éstos seguirán a los herbívoros que si dependen de los recursos vegetales.
Las plantas además «engañan» a muchos animales ofreciéndoles dulces néctares a cambio de cargar sus cuerpos con polen, que más tarde llegarán a otras plantas, polinizándolas y asegurando el futuro de la especie. Sin embargo, no todas las plantas ofrecen algo a cambio de los servicios polinizadores de los animales, especialmente cuando de insectos se trata. Alguna simplemente, mienten a los insectos haciéndoles creer que no son plantas, si no carne putrefacta.
Nuestro viaje de hoy nos lleva al Sudeste Asiático, donde conoceremos a dos especies de plantas que además poseen las flores de mayor tamaño del mundo.
Rafflesia, la mayor flor del mundo. Se trata de un parásito que crece sobre lianas y otras plantas, como si de un piojo se tratase. Posee flores de hasta 1 metro de diámetro. Su color y su aspecto, además de su olor recuerdan a un cadáver en putrefacción, lo que hace que multitud de moscas carroñeras entren en su interior con la esperanza de haber encontrado alimento, cuando lo único que consiguen es llevarse una gran cantidad de polen adherida a su cuerpo sin darse cuenta. Una vez producen los frutos, estos son consumidos por animales como las musarañas, que dispersan sus semillas por las selvas en las que habitan.
Amorphophallus titanum, literalmente «falo amoro titánico». No se trata de una única flor, sino de una inflorescencia (una estructura equivalente a varias flores juntas, como en el caso de las margaritas en nuestras latitudes). En 2003 se registró un ejemplar de 2,74 metros de altura. Su olor a carne podrida es tan penetrante que resulta imposible estar junto a ella periodos prolongados de tiempo. Solamente a insectos como las moscas les resulta atractivo, y como sucedía con la planta anterior, acuden engañadas, y en lugar de un nido, solo encuentran polen que se adhiere a su cuerpo.