En artículos anteriores dábamos algunas pinceladas sobre la peligrosidad de las especies foráneas. Introducir un organismo en un medio ambiente en el que no se ha desarrollado puede ser perjudicial para el segundo, ya que el equilibrio del ecosistema puede ser demasiado delicado como para resistir un embate más.
Muchas veces, sin embargo, las especies o individuos de las mismas introducidos mueren antes de generar problemas, ya que no poseen las adaptaciones necesarias para prosperar en esas nuevas tierras. En otras ocasiones, provocan profundos destrozos. Desde el incio de los grandes viajes y las conquistas de los continentes, el ser humano ha llevado en sus medios de transporte a multitud de especies, en muchas ocasiones si siquiera ser consciente de ello. En otras ocasiones, las especies han sido introducidas deliberadamente para acabar con problemas que a su vez habían sido provocadas por otros individuos introducidos anteriormente.
Viajamos a Australia en la década de 1.930. Plagas de escarabajos de la caña amenazaban las plantaciones de caña de azúcar. Los que de ellas dependían decidieron introducir al sapo de la caña (Rhinella marina) para controlar las poblaciones de estos artrópodos. En 1.935 se trajeron 102 sapos de Hawaii. Se reprodujeron en cautiverio y un tiempo después, más de 3.000 ejemplares fueron liberados en las inmediaciones de Cairns y otras ciudades del norte de Queensland. A pesar de que las liberaciones menguaron e incluso cesaron llegado determinado momento, los sapor continuaron multiplicándose y extendiéndose, llegando al Estado de Nueva Gales de Sur en 1.974 y al Territorio del Norte en 1.984. Además de extenderse, los sapos han evolucionado y ahora son un 20% mayores que aquellos encargados de iniciar la colonización.
No solo no fueron efectivos contra las plagas de los escarabajos, sino que supusieron un duro golpe para muchas especies endémicas de esta enorme isla. Se han producido declives en poblaciones de serpientes y goanas, ya que ellos cazaban a los sapos, los cuales poseen un potente veneno segregado por unas glándulas dorsales, nocivo para estos depredadores que no habían coevolucionado con los anfibios. La competencia del sapo con la fauna nativa y su depredación de la misma supone también daños a la biodiversidad, aunque menores según los expertos.
La naturaleza es sabia y finalmente ha encontrado una posible salida a la invasión del sapo de la caña. Algunos depredadores parecen haber aprendido a atacar a los sapos sin ponerse ellos mismos en peligro. Ciertas aves de presa atacan a los anfibios por el vientre, evitando las peligrosas glándulas. Muchas serpientes han dejado de responder a los sapos e incluso poseen mandíbulas más pequeñas que sus antecesoras, lo que les hace imposible llegar a disponer de los sapos como fuente de alimentación.
Rhinella marina está considerado como una de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo. Debido a ese potencial colonizador, ha sido registrada en el Catálogo Español de especies exóticas invasoras, por lo que en España está prohibida su introducción en el medio natural, posesión, transporte, tráfico y comercio.
Resultado de la invasión que se produjo en la década de 1.930, existen en la actualidad 200 millones de ejemplares de la especie en territorio australiano. Número que sin embargo, dista mucho de estar mermando. El problema de la eliminación en masa de sapos que ocurre en este país es la acumulación de cadáveres de los mismos que queda como vestigio. Existen numerosas tentativas en Australia de convertir los cuerpos en fertilizantes o incluso, de emplear su piel para los souvenirs turísticos.