Erzsébet Bathory, la condesa sangrienta

1
8320

Erzsébet Bathory llegó a asesinar, con la ayuda de sus criados y de tres brujas, a más de 600 mujeres con la falsa idea de mantenerse joven gracias a beber y bañarse en la sangre de doncellas.

Erzsébet o Elisabeth, en inglés, nació un 7 de agosto de 1560 en Nyírbator, Reino de Hungría. Perteneciente a una de las familias más opulentas de Hungría, sobrina directa del rey de Polonia por parte de madre y del príncipe de Transilvania por la rama paterna. Sufría constantes cefaleas que mitigaba con el cuerpo abierto en canal de un pichón sobre su frente, notando las partes internas del ave calientes. Su humor también es de sobra conocido, era frío y adusto.

El día que sufría las jaquecas se volvía completamente histérica, insultaba, mordía y arrancaba los cabellos de quien se acercase a ella, se podían escuchar sus alaridos durante horas. Era devota de talismanes, conjuros y pócimas de mandrágora y belladona.

A Erzsébet la casaron muy joven con Ferencz (Francisco en español) Nádasdy, aristócrata seducido por el combate y no por los libros, que llevó el sobrenombre de Beg (Señor) Negro. El hombre se pasaba las guerras matando y las treguas rezando hasta que fallece en 1604, dejando a Erzsébet con tres hijas y un único varón, Pal, todavía en el vientre materno.

El compromiso se realiza cuando ella contaba con 11 años y Ferencz con 17. Los padres del chico otorgan más importancia a la suculenta dote que la endogamia en la que la familia lleva incurriendo durante casi tres siglos, incluso los progenitores de ella son primos hermanos.

La joven prometida emigra al palacio de sus suegros y allí la madre de Ferencz, doña Orsolya, le ofrece una severa disciplina y una refinada cultura. Erzsébet aprende cuatro idiomas, a bailar como las damas francesas, a leer a Bocaccio y a comer frugalmente. Le tiñen el pelo, ella lo tiene moreno, para que luzca un dorado «Botticelli» que consiguen con una receta a base de lavarlo diez veces con cocciones de azafrán, Camomila y ceniza. Cuatro años después se produce el casamiento, ella tiene 15 años, la boda dura más de un mes, tras el cual fallece su suegra.

bathory
Erzsébet Bathory

En esa temprana edad, germina en la personalidad de Erzsébet la semilla de un narcisismo patológico. Se vuelve adicta a la exhibición y en ella se moldea un egocentrismo exacerbado; no admite críticas, se mira obsesivamente en el espejo durante horas y se cambia de atuendo hasta seis y siete veces al día. Si alguna ayudante comete el más mínimo error, ella la castiga ferozmente.

Estando casada gozaba de la compañía de varios amantes, tanto masculinos como femeninos. Mandaba traer desde Viena los mejores dildos para su propio disfrute.

Quedó viuda a los 44 años y poseía nada menos que dieciséis castillos en Hungría y un gran palacio vienés. Su cultura, formación y fortuna hacen que muchos nobles envíen a sus hijas para que aprendan de tan distinguida dama. Por eso, cuando empiezan a desenterrar los primeros cadáveres torturados, las altas esferas se hacen cruces al escuchar el nombre de Erzsébet, temen que sean sus jóvenes hijas las víctimas.

Las murmuraciones y los testigos empiezan a surgir desde la niebla; la madre de una niña de 10 años que entró a servir en el castillo, el cura del pueblo de Csejthe, frailes vieneses, todos afirman que de la morada de la condesa salen unos gritos y aullidos horripilantes por la noche. A la mañana siguiente, observan cómo dos de sus criadas más fieles riegan la entrada con baldes de agua mezclada con abundante sangre.

Los testigos aseguran que el espectáculo lleva repitiéndose desde hace mucho tiempo pero no habían dicho nada pues temían las represalias de los poderosos familiares de Erzsébet.

Una sirvienta del castillo llamada Suza, afirma bajo juramento que, durante su servicio en el castillo, vio a ochenta muchachas muertas a consecuencia de una espantosa tortura: “Se las podía ver tan negros como el carbón a causa de la sangre coagulara sobre sus cuerpos”. Otros antiguos miembros del servicio cuentan que castigaba a las muchachas haciéndolas trabajar desnudas y no contenta con tal humillación, exigía además que los mozos jóvenes y viejos las contemplase cosiendo o atando haces de leña. Tales atrocidades imputadas a la condesa se diseminan hasta llegar a oídos del regente del monarca, el rey Matías, hermano y sucesor de Rodolfo II, antiguo amigo de Erzsébet. El testimonio que hartura de resorte es el del maestro y tutor de Pablo (Pal) único varón el hijo menor de los cuatro que tuvo Erzsébet. Atribuye a la condesa una crueldad sádica ilimitada y afirma que se trata de una especie de alimaña gigante, una bruja asesina que no merece otra cosa que la hoguera.

El hermano de Erzsébet, István (Esteban el Cruel), es un ser sádico y ladrón. Su tío, príncipe de Transilvania, también llamado István, estaba tan loco que en pleno verano se vestía con piernas y se hacía deslizar en un trineo por calles cubiertas de arena blanca como si fuese nieve. Su primo, Gábor, al que según las crónicas «no se le resistía ninguna mujer», eligió a la única que estaba prohibida: su hermana Ana; Y se las arregló para caer repetidamente en incesto con ella.

En cuanto a su primo carnal, Segismundo Báthory, príncipe de Transilvania en 1595 y receptor del Toisón de Oro de manos de Felipe II, gobernó a golpe de chifladas veleidades, haciéndoles la vida imposible a sus súbditos y, sobre todo, a su infeliz esposa María Cristina, princesa de Austria.

Otro espécimen de la familia Báthory fue una tía de Erzsébet, de nombre Klara, sus muestras de transtorno mental y desviaciones sexuales llenan tres grandes volúmenes que actualmente alberga la biblioteca Nacional de Viena. Klara asesinó a sus cuatro maridos (al segundo lo asfixió en su propio lecho). De ella se sabe que le embelesaban las relaciones y es micas tanto como las que mantenía con hombres mucho más jóvenes. Al último de estos amantes le regalo un castillo justo antes de que una tropa turca los capturase a ambos, a él le ensartaran en un espetón para asarlo luego y violaran a Klara repetidas veces. Como, contra todo pronóstico, ella se resistió sin morir, los turcos terminaron por apuñalarla.

El rey Matías II, conoce como es la familia de Erzsébet, y a ésta personalmente, por ser tan amiga de su predecesor Rodolfo II. Sabe que es rara, egocéntrica y despegada de sus cuatro hijos. No obstante, llamaba la atención el sombrío séquito que la acompañaba a todas partes, compuesto de cinco personajes malolientes, de una fealdad inconmensurable.

Matías II hace preguntas a los vecinos, sirvientes o familiares directos de la condesa, nadie responde con claridad, salvo testigos indirectos y antiguo sirvientes.

Los campesinos, a quienes Erzsébet jamás perdona el impuesto correspondiente, aseguran haber visto cómo de noche, durante años y de forma habitual, sus ayudantes arrojaban cadáveres al foso. El cura de Csejthe cuenta que, desde hace años, la condesa obliga a enterrar a media noche a muchas jóvenes fallecidas bajo circunstancias misteriosas.

Los testigos comienzan a aflorar. La crudeza de las denuncias aumenta en progresión geométrica hasta alcanzar una proporción tal que el rey ya no puede hacer oídos sordos.

Las víctimas de la condesa, al principio, eran sirvientas y campesinas escogidas al azar durante sus viajes. Les quema mejillas y pecho con un atizador al rojo vivo. Los testigos añaden que les arranca la carne a mordiscos y luego las obliga a comérsela o la mastica ella misma. Las ata de manos y pies y les abre la boca con fuerza hombruna hasta desgarrarles las comisuras o desencajarles la mandíbula. Les clava alfileres bajo las uñas. Las víctimas siempre son jóvenes, robustas, saludables y vírgenes.

Otro tormento consistía en sumergir a las presas en agua helada hasta que morían de congelación. La condesa pertrechaba sus fechorías en lugares recónditos de sus posesiones para no ser vista u oída.

En el subterráneo de sus posesiones esconde toda suerte de herramientas, con las que somete a sus víctimas a las más humillantes y dolorosas amputaciones.

Se afirma que la condesa, en la cumbre del martirio infringido, manda cortar las venas de las víctimas con cuchillas o tijeras para que la sangre mane directamente del surtidor con fuerza suficiente como para ser recolectada en un inmenso caldero. Luego se desnuda y pide que viertan sobre ella la sangre aún tibia, después se bebe parte de la sangre en una copa de oro.

Al rey Matías II le urge examinar si las graves acusaciones son ciertas. Erzsébet ya tiene 50 años. Hay que esclarecer los hechos, conocer la verdad, así que decide enviar una comisión investigadora a Csejthe.

Es diciembre de 1610, el soberano envía a la cabeza de la expedición a Gyorsy Thurzó, gobernador de la provincia, casado con una prima de la acusada y anteriormente amante de ella. A éste no le hace gracia investigarla, ya que recuerda los buenos momentos con ella.

El rey insiste en la expedición y aprovecha para celebrar en el castillo de Erzébet la Navidad.

El evento exigía acomodar durante cuatro días a las familias de mayor abolengo, incluida la familia del rey y todos sus sirvientes, lacayos y mozos de cuadra.

Hay que calentar los aposentos, los salones, sacar brillo a los cubiertos de plata y colocar tapices.

La última noche, la anfitriona preside la mesa engalanada con manteles bordados en oro y vajilla de plata. La condesa lleva una banda negra en la cabeza, símbolo de viudedad. El banquete, a su término, cierra con una tarta espectacular. El rey y Thurzó son homenajeados con generosas porciones. No las prueban, los que si lo hacen, caen al día siguiente en una espantosa agonía y posterior muerte.

Thurzó, que tiene un carácter agrio se enfrenta a la condesa. La imputaba por los asesinatos. Erzsébet no dice nada más que las tuvo que enterrar a toda prisa por culpa de una enfermedad contagiosa que las mató a todas en un mismo día.

También la culpa de bañarse en la sangre de las jóvenes y de querer envenenarlos con la tarta. Ella dice desconocer todo.

De vuelta a la capital, Thurzó se reúne con las hijas y yernos de la condesa, así como otros miembros del clan Báthory y Nádasdy.

A él también acude un gentil hombre que hace un mes había dejado a su hija viajar a Csejthe junto a 25 chicas más. Iban a recibir de la condesa lecciones para convertirse en damas.

La condesa, ofrecía adoctrinamiento a hijas de nobles y caballeros, enseñaba idiomas y buenos modales sólo a cambio de que le hiciesen compañía durante el crudo invierno.

El 29 de diciembre, un pequeño grupo de soldados armados, atraviesa por sorpresa el puente sobre el foso sin que nadie los detenga. Los sirvientes ven llegar al grupo de soldados con semblante de alivio. Éstos conducen al grupo a remotos subterráneos donde sólo entra la condesa.

El espectáculo que allí encuentran es peor que la cámara de los horrores.

Ya al bajar notan el hedor tumefacto que desprenden los cadáveres. Las paredes están manchadas de sangre. En el suelo herramientas para torturar, calderos con sangre añeja, jaulas muy estrechas y los restos s de un artefacto que jamás habían visto, se trata de una mujer-muñeca hueca, fabricada con hierro pintado de color carne y articulada mediante un sistema de cuerdas. Está colocada sobre un barreño. Dentro tiene una piedra preciosa que, al tocarla, se activa un mecanismo que aprisiona bruscamente a la víctima, dos planchas se ciernen a los lados mientras los pechos del artefacto dejan paso a cinco puñales que atraviesan a la persona. La sangre mana y desemboca en el barreño. Este invento pasa a la historia con el nombre de “La Doncella de Hierro”.

“La Doncella de Hierro”
“La Doncella de Hierro”

Descubren también un agujero por el cual hace desaparecer los cadáveres. En un rincón hay una joven desnuda, muerta, no tiene cabello, la carne del rostro arrancada a mordiscos. Los sirvientes cuentan los suplicios que sufrían las víctimas, a una la habían quemado con una vela, después la untaron con miel y la abandonaron en el bosque para que fuera devorada poco a poco por insectos y alimañas.

Uno de los esbirros de la condesa es apresado, al verse en su situación empieza a contar todo. Las víctimas eran dejadas a la mano de Dios sin comida ni bebida, muchas morían, las que no lo hacían acababan en La Doncella de Hierro, su sangre lo usaría para bañarse la condesa. Jóvenes, rubias, saludables, a poder ser rubias y vírgenes, primero eran campesinas, después pasó a recolectar jóvenes nobles, así garantizaba que la sangre era de buena calidad. Cada vez necesita más y más jóvenes, la condesa se hace vieja y necesita a diario bañarse en el elixir de la juventud.

Muchas de sus víctimas no llegaban a los 10 años de edad. La mayoría de las víctimas son enterradas en el bosque, otras arrojadas al foso, otras se acumulaban en el subterráneo.

Cientos y cientos de jóvenes muertas a manos de la despiadada ególatra.

Thurzó detiene a la condesa, no muestra ningún remordimiento, ella es noble y de alto rango.

Erzsébet no recibe del tribunal sentencia de condena a la hoguera, en cambio su suplicio va a ser duro: la condenan a morir emparedada en su habitación, sin acompañantes, con las ventanas tapiadas y un pequeño hueco por donde le dan la comida. Allí ingresa en enero de 1611. Fallece el 21 de agosto de 1614 en su encierro.

¿Por qué se desató en Erzsébet esa pasión por la sangre?

La condesa temía envejecer más que cualquier cosa, además le encantaba cambiarse de ropajes y peinado varias veces al día. Un día una pobre sirvienta le hizo daño cuando la estaba peinando, la condesa agarró un cepillo y se lo clavó en la cara de la pobre chica, la sangre de ésta salpicó a la condesa.

Después del incidente, caminando por el castillo, algún mozo le echó un piropo “que joven y guapa está hoy la condesa”, ella, halagada, unió cabos y concluyó que había sido la sangre de la joven sirvienta la que había rejuvenecido su rostro. Ahí empezó su sed de sangre, en todos los sentidos.

Compartir
Mercedes Martínez-Núñez de Arias
Criminóloga, directora de seguridad experta en Puertos, Aeropuertos y Scanner. Enamorada de la lectura y la historia.

1 Comentario

Dejar una respuesta