Las guerras son tan antiguas como la propia existencia de la vida en este cada día menos bello Planeta Tierra. Todo ello se basa en una relación entre seres vivos denominada como «competencia». Dicha relación explica por ejemplo, como muchos seres vivos intentan neutralizar a sus enemigos sin luego emplear sus restos como alimento. En cierto sentido, y para un profano a la materia, podría parecer que estos seres «matan a placer».
La necesidad de neutralizar o superar al enemigo o competidor en la explotación de un determinado recurso marca a lo largo de los millones de años, la «coevolución» de los seres implicados en esta relación de competencia.
Los seres humanos hemos inventado el termino «guerra» y lo hemos llevado a su máximo esplendor. Nuestra historia no es más un larguísimo tren cuyos vagones son conflictos bélicos. Dichos conflictos han cambiado mucho a lo largo de la historia, y han sido siempre continuos episodios de superación para los ejércitos y entre ellos, para los que de planificarlos se encargaban.
No hace muchos años, la amplia mayoría de la superficie del Viejo Continente estuvo conquistada por el nazismo. Tendemos a imaginar que en las guerras, el termino «arma biológica» es moderno. Sin embargo, ya que aquellos tiempos, estas técnicas comenzaban a ver la luz, como no podía ser de otra manera, con fines tétricos.
Rociar a los enemigos con sustancias que se empleaban como cultivo para bacterias y otros agentes patógenos era una opción, pero tenia su limitación. Muchos agentes patógenos no pueden actuar si no entran dentro del cuerpo de sus potenciales victimas, como veíamos en el artículo sobre «La rabia en España«. Curiosamente, Hitler había prohibido la investigación sobre armas biológicas, pero aquello no puso freno a las ansias conquistadoras de un ejército. Obviamente, los soldados no podían inmiscuirse en los campamentos del ejercito contrario armados de jeringas para inocular a los parásitos. En lugar de ello, estudiaron la posibilidad de emplear insectos como jeringuillas hipodérmicas vivientes. Se creo pues, un instituto de Entomología, de manos del Doctor Heinrich Himmier para la investigación en este campo.
Uno de los insectos empleados en el estudio fue el mosquito. Una de las enfermedades más famosas transmitidas por estos pequeños dípteros es la malaria. En unos documentos encontrados se hablaba de la posibilidad de emplearlos como arma arrojándolos desde un avión sobre territorio enemigo. Su método de alimentación se encargaría del resto.
También hay documentos que revelan el uso de pulgas en los experimentos, aunque los detalles sobre los mismos son escasos. Lo curioso es que las pulgas ya tuvieron su protagonismo en la transmisión de enfermedades tales como la peste en la Edad Media en Europa. Se estudio la manera de provocar nuevas epidemias de peste, empleando a las ratas y las pulgas.
grande juanjo. un artículo buenísimo
SOLO UN GRANDE RECONOCE A OTRO. Muchisimas gracias, Jorge !!
Un abrazo !!