Misterios Bélicos #2: Uno contra miles. La bestia de Omaha

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En esta entrega “Misterios bélicos” nos trasladamos al año 1944, en concreto al día 6 de Junio. Seguro que el lector aficionado, o no, a la Segunda Guerra Mundial sabe de sobra que esta fecha fijó un hito en la cronología de la contienda más salvaje conocida por el ser humano. Hablo del Día-D. El Desembarco de Normandía. Nos hallamos al norte de Francia, en Normandía, destino donde Heinrich Severloh sirve en la Wehrmacht (Ejército alemán), en concreto en la 352ª División de Infantería. El joven soldado, para cuyo vigesimoprimer cumpleaños apenas restan dos semanas, duerme “plácidamente” a la espera de las órdenes de algún superior.

¿Quién es Heinrich Severloh?

Severloh no es cualquier novato. Fue incorporado a filas el mes de Julio de 1942. Al mes siguiente fue destinado a un regimiento de artillería, en Francia, donde comenzó a cumplir sus servicios como mensajero. Apenas contaba con 19 años. Pero poco duró para él la relativa tranquilidad de las tierras galas, ya que a finales de ese mismo año fue enviado al Frente del Este. ¡El frente ruso! Nadie en su sano juicio gustaría pisar por allí. Y mucho menos cuando las cosas se presentaban tan mal para la Wehrmacht en Rusia. Recordemos que, a finales del año 1942, el Ejército alemán se desangraba entre las ruinas de Stalingrado y el Ejército Rojo acababa de lanzar un poderoso contraataque que selló el destino de la contienda.

Heinrich Severloh.

Sí, allí, en la lejana Rusia, es donde se hizo la guerra de verdad.

En aquel escenario de pesadilla, pese a que nuestro protagonista estaba en retaguardia, en una sección de transportes, llegada la primavera de 1943 fue enviado a una unidad disciplinaria por haber deslizado ciertas opiniones en contra de la guerra, e incluso algunas que hacían alusión a los dirigentes de Alemania. Las penurias padecidas en la unidad de castigo le pasaron factura. Hubo de ser ingresado un hospital para recuperarse de las consecuencias de aquel cruel servicio; las compañías disciplinarias alemanas no eran ninguna broma. Precisó seis meses de convalecencia. Incluso llegó a arrastrar algunas secuelas durante toda su vida.

Por suerte, repuesto de sus dolencias, pudo disfrutar de algunas jornadas de descanso en compañía de su familia, humildes gentes de campo cuya granja suponía su único medio de vida.

Invierno de 1943.

Tras concluir su permiso, Heinrich pasó por un breve periodo de instrucción en Brunswick, Alemania, antes de ser enviado de vuelta a tierras francesas. Debido a que era un soldado cuya salud no presentaba óptimas garantías para servir en el frente, se le relegó a un destino más liviano. Llegó entonces a la 352º División de Infantería, desplegada en Normandía. Esta división tenía encomendada la vigilancia de aquel sector, además de mantenerse alerta ante cualquier eventualidad que se pudiera presentar en las costas que defendía. En comparación con el frente ruso… ¡Menudas “vacaciones”!

Primavera de 1944.

Con ella llegaron, mecidos por las olas que con suavidad acariciaban las soleadas playas de Normandía, los rumores de la inminente invasión aliada. Cuestión que era un secreto a voces, ya que todo el mundo esperaba el desembarco encabezado por los americanos, británicos y canadienses.

Si la cuestión en su forma resultaba evidente, el fondo se presumía más complejo: ¿dónde se produciría el desembarco? Mientras en el Alto Mando alemán unos apostaban por la opción más lógica, el paso de Calais, donde una estrecha porción de mar separaba Francia de Inglaterra, otros se decantaban por la opción más osada, la de Normandía.

Pero, ¿quién dentro de sus cabales sería capaz de maquinar semejante plan? Rommel, el mariscal de campo alemán, lo vaticinó. Y así se materializó semanas después.

Rommel esbozó un plan defensivo que consistía en frenar a los aliados en las playas en las primeras 24 horas. De no ser así, con total seguridad, los invasores podrían llegar a establecer una o varias cabezas de puente en suelo francés. Pese a sus intentos y exigencias para reforzar con todos los recursos posibles las playas normandas, Rommel tuvo que hacer auténticos milagros para establecer una línea de contención lo más sólida posible que pudiese frenar la presumible ofensiva enemiga. El tiempo corría en su contra, y los escasos recursos también. Así lo ha demostrado la Historia.

El Mariscal de Campo Erwin Rommel visita las posiciones defensivas en Normandía antes de la invasión aliada.

6 de Junio de 1944.

Aquel día, Heinrich, que ya lucía el grado de Gefreiter (cabo), se hallaba, frente a la inmensidad del mar, en el interior de uno de tantos puntos fuertes diseminados por la costa normanda. Su posición, denominada WN62 (Widerstandsnester 62 – Nido de Resistencia 62), se encontraba no muy lejos de Colleville-sur-Mer (donde hoy, muy cerca, podemos visitar el conocido cementerio aliado de Normandía).

El Nido de Resistencia 62 de Severloh, situado en un promontorio que oscilaba entre los 25 y 50 metros de altura sobre la playa, resultaba una posición idónea para batir con su ametralladora todo cuanto se presentase ante ella.

Desde allí arriba dominaba un sector de playa de vital importancia, el que permitía el paso hacia la citada población de Colleville-Sur-Mer. Sobra decir que los esfuerzos de fortificación en aquel punto habían sido más minuciosos. Ante sus ojos contemplaba el ir y venir de las olas hacia la orilla, que, en función de la marea, variaba entre los 150 y los 550 metros.

Rodeado por una fosa antitanque, alambre de espino, minas, casamatas, fortines e incluso un pequeño búnker, Heinrich se sentía más o menos seguro allí dentro, arropado por un par de cañones de 75 mm., dos ametralladoras MG-42 (una de ellas estaba bajo su responsabilidad) y algún que otro mortero de calibre medio.

En total, una treintena de soldados se hallaba en aquel emplazamiento dispuestos a defender su sector. Pero no estaban solos, a lo largo de la playa, otros puntos fortificados semejantes al suyo se diseminaban de este a oeste por toda la costa normanda.

El único pensamiento que rondaba la mente de Severloh y sus camaradas no era otro que: ¿cuándo llegará el enemigo?

Él sabía que su puesto de combate no era invulnerable. Era consciente de que un simple cañonazo disparado desde un buque podría hacer saltar por los aires toda la posición.

Otra amenaza la presentaba la infantería que pudiese llegar a desembarcar en su sector de playa. Si por cualquier motivo él y sus compañeros llegasen a verse rebasados o flanqueados por los soldados enemigos, en cuestión de minutos podrían ser exterminados como cucarachas.

Amanece el Día-D

Líneas atrás habíamos dejado a Heinrich dormido a la espera de órdenes. Pues estas órdenes no tardan en llegar. Pasada la medianoche, un oficial, el teniente Frerking, anuncia lo que todo el mundo esperaba: ¡La invasión ha comenzado! ¡Todo el mundo a sus puestos!

Con los primeros rayos de sol despuntando en el horizonte, varios aviones aliados sobrevuelan las playas. No tardan en dejar caer su carga mortífera. Debido a la poca visibilidad, las bombas caen varios cientos de metros por detrás de las playas. Los alemanes parapetados en primera línea suspiran aliviados. La lluvia de muerte ha ido a parar a otra parte.

Soldados alemanes vigilan el frente.

A las 6 de la mañana, algunos soldados aún somnolientos, abren los ojos como platos al ver en la difusa línea que separa mar y cielo las primeras lanchas de desembarco. ¡Ahí llegan!

Efectivamente. La playa defendida por Severloh y sus camaradas no es una excepción. Sin ellos saberlo, se encuentran en un punto esencial de la ofensiva enemiga, justo en la conexión de dos sectores trazados en los mapas angloamericanos. Se trata del sector “Easy Red” (al oeste de la posición de Heinrich) y el sector denominado en clave “Fox Green” (al este). Allí deben confluir las primeras avanzadillas enemigas para, una vez consolidado el terreno, abrirse camino tierra adentro.

Pero esa idea inicial está a punto de irse al traste. No cuentan con lo que está a punto de hacer Severloh. Ni él mismo lo sabía. Ni mucho menos.

Entre tanto, no muy lejos de Heinrich, desde su búnker, el teniente Frerking orienta los disparos de la artillería hacia las embarcaciones enemigas que aparecen cerca de la costa. A través de la radio, dirige los obuses que, desde retaguardia, disparan varias piezas artilleras de 105mm. emplazadas en las inmediaciones de Houtteville.

Confusión total. Decenas de soldados alemanes corren a sus puestos para repeler la invasión aliada. Tal es así que, en las primeras horas de combate, miembros de la 352ª División de Infantería se entremezclan con integrantes de la próxima 716ª División de Infantería alemana.

Frerking, consciente de la crítica situación, ha dado una orden clara a Severloh: “Dispara únicamente cuando los soldados enemigos tengan el agua a la altura de las rodillas”.

Y a fe que lo hizo con extremada pericia. Para ello había sido adiestrado.

Con el dedo soldado al gatillo, comienza a barrer la playa de izquierda a derecha una y otra vez. Su cara, pegada a la culata de la MG-42 que maneja, vibra sin parar con cada detonación de la devastadora máquina de muerte capaz de efectuar 1.200 disparos por minuto.

En la playa, las primeras figuras verdosas comienzan a caer horadadas por las balas. Sobre la arena del sector de playa que defiende, decenas de muertos y heridos salpican el terreno barrido por aguas enrojecidas. Entre explosiones, el humo que recorre el lugar y la brisa cargada de humedad que procede del mar, el dulzón olor a muerte ya domina aquel escenario de pesadilla.

Severloh dispara sin cesar. Sabe que si no lo hace, él y sus camaradas sucumbirán bajo el plomo enemigo. Situación desesperada.

Más y más oleadas de soldados americanos desembarcan en las playas. Incontables lanchas vomitan hombres sobre la arena ya teñida de rojo. Algunas de estas embarcaciones vuelan por los aires al estallar una mina trampa bajo su estructura. Otras quedan hechas añicos al recibir un morterazo o bien al encajar un obús de la artillería alemana.

Incluso algunas, nada más abrir sus respectivas rampas, reciben las certeras ráfagas de la ametralladora de Severloh, que en un abrir y cerrar de ojos extermina a todo soldado que hasta allí es transportado. Muchos de ellos no han tenido la oportunidad de efectuar un único disparo.

Heinrich ha perdido la cuenta. Ya no sabe cuántos soldados ha matado o herido. Ni siquiera le da tiempo a pensarlo. Su mayor preocupación es que uno de sus compañeros cambie el cañón de su ametralladora.

La pieza esencial de la MG-42, al rojo vivo de tanto disparar, debe ser reemplazada cada cierto número de disparos. En caso contrario, podría quedar inutilizada.

Entre tanto, Severloh tiene que hacer uso de su rifle Kar-98 para tratar de contener a los americanos, cada vez más cerca de su posición.

Alternando MG-42 y Kar-98, Heinrich defiende su particular bastión durante toda la mañana. Uno tras otro, sus camaradas caen heridos, mueren e incluso llegan a abandonar el lugar presa del pánico. Sus disparos atruenan en la playa. Se cuentan por cientos los soldados que ha abatido durante aquellas primeras horas del 6 de Junio de 1944. Incontables cuerpos, tendidos sobre la arena, son testigos mudos de su implacable pericia con la MG-42.

Los estadounidenses se aproximan al WN-62 a paso lento, pero firme. Un reguero de muertos, heridos y moribundos salpica la playa allí donde se mire. Aullidos de dolor, explosiones, silbidos de balas y metralla se entremezclan para configurar un infierno sobre la tierra.

Abrumados por el ataque aliado, los defensores alemanes luchan a la desesperada en un vano intento por repeler la invasión. Algunos observan el horizonte, más allá de las playas, repleto de buques de guerra y lanchas de desembarco que no paran de hacer llegar hombres y más hombres a las playas. Carnicería absoluta.

Heinrich, en más de una ocasión, se ve obligado a correr al cercano búnker en busca de protección ya que las granadas americanas estallan demasiado cerca de su posición. Tal es así que una de ellas inutiliza la otra MG-42 que disparaban otros compañeros. Cualquiera en su pellejo ya hubiese corrido de allí como alma que lleva el diablo.

Pero no es el caso de Severloh, quien apenas cuenta ya con un puñado de compañeros vivos, además del teniente Frerking, aún en pie para dar órdenes. Heinrich regresa a su puesto para seguir cumpliendo las instrucciones de un oficial al que, según sus propias palabras, considera “honorable”.

Él no está allí para luchar por el Führer en una guerra que da por perdida. Él está allí para luchar por su vida y defender la de sus camaradas.

Llega la tarde.

A eso de las 15:00h. de aquel 6 de Junio de 1944, el panorama se presenta muy mal para Severloh y el resto de supervivientes. Incluso Frerking, tras comprobar que su posición está comprometida ya que los americanos flanquean la posición, resuelve ordenar la retirada.

No existe otra alternativa. Resistir en semejante situación equivale al suicidio. Hombre de 32 años, aguerrido y experimentado, obliga a los pocos hombres que le restan a que abandonen la posición (apenas dos, Heinrich y el soldado que le ayudaba a reemplazar los cañones de su MG-42).

Severloh obedece y sale a la carrera tierra adentro en busca de la salvación. Tiene que saltar de cráter en cráter y correr campo abierto para esquivar la muerte por milímetros. Los pulmones están a punto de estallarle. Demencial carrera por la supervivencia.

Llegado a cierto punto vuelve la vista para comprobar qué ocurre con su superior. Pero en sus retinas quedará grabada para siempre una imagen desgarradora.

Mientras el teniente Frerking, el último en desalojar el WN-62, corre hacia una posición segura, un soldado americano le dispara por la espalda y, tras recibir un balazo en plena cabeza, cae de bruces contra el suelo. Frerking jamás se levantó de allí. Tampoco lo haría el estadounidense, que poco después también perecería en suelo normando.

Severloh, incrédulo y con los ojos enjuagados en lágrimas, acaba de presenciar la muerte de su superior, quien yace inerte a varios metros de distancia.

Inmóvil, contempla el cadáver del hombre por el que luchaba, un buen oficial al que jamás había pretendido abandonar. Siempre había mostrado fidelidad hacia él. Pero, justo en ese instante, todo se presentaba bien distinto.

Había que huir de allí para salvar la vida. No quedaba otro remedio. Y así lo hizo muy a su pesar. Correr o morir. Esa era la disyuntiva.

Al fondo, en la parte superior izquierda de esta imagen, se ubica el supuesto emplazamiento de
Severloh. En primer término, soldados norteamericanos desembarcan en la playa Omaha.

¿Qué fue de Severloh?

A día de hoy sabemos que el joven Heinrich, parapetado tras su MG-42 en aquel promontorio que dominaba su sector de playa, efectuó más de 12.000 disparos con su ametralladora.

Una cantidad que tal vez se quede corta ya que, si esos 12.000 cartuchos eran los que disponía como dotación al inicio de la jornada, bien pudieron verse aumentados al transferirse a su puesto la munición de la otra MG-42 inutilizada. Incluso cabe tener en cuenta que también pudo hacerse llegar a su puesto varias cajas de munición adicionales.

Además, como ya sabe el lector, al tiempo que su compañero reemplazaba el cañón de su ametralladora, tuvo que hacer uso de su Kar-98, con el que se sabe disparó más de 400 cartuchos.

Durante aquellas nueve horas críticas en las que no abandonó su puesto, y tenida en cuenta la munición empleada, cabe citar que el número de bajas que ocasionó entre las filas enemigas ascendió a más de 1.000 (entre muertos y heridos).

Hay quien eleva la cifra a 2.000, pero tal vez resulte un tanto abultada, ya que en la playa de Omaha los norteamericanos contabilizaron un total de 3.000 bajas (dato que no excluye a Severloh como el mayor causante de bajas de aquel día entre las tropas que desembarcaron en la playa de Omaha).

Dada su enconada labor defensiva, a partir de aquel día Heinrich Severloh es conocido en los libros de Historia con el nombre de “La Bestia de Omaha”. No es para menos…

Severloh, ya en las primeras horas del día 7 de Junio, es decir, el Día-D +1, fue herido en la cadera. Dado que su herida no revestía excesiva gravedad, se le encomendó la custodia de varios prisioneros norteamericanos. Junto a ellos emprendió el camino hacia las líneas alemanas.

Uno de aquellos prisioneros le preguntó: ¿Cuándo vamos a ser fusilados? Ante tal cuestión, Severloh le respondió con firmeza: “Nadie va a ser fusilado”. Él y muchos en su división lo tenían claro, semejante acción traería la deshonra a su unidad. Impensable hacerlo.

Durante el repliegue con otros compañeros de su división y los prisioneros, fue sorprendido por patrullas americanas. Tras producirse un breve tiroteo, no quedó otra opción que rendirse. La guerra había terminado para él.

Severloh, años después de la batalla, visita el cementerio americano en Colleville-sur-Mer.

Solamente habían sobrevivido dos hombres, de un total de treinta, de los que aquella jornada del día 6 habían recibido la orden de defender el Nido de Resistencia 62. Ellos eran Severloh y el cabo Gockel. Entre ambos apenas sumaban 40 años.

Durante sus años de cautiverio, peregrinó por varios campos de prisioneros entre Estados Unidos e Inglaterra, donde se vio obligado a realizar trabajos forzados.

Fue una época oscura en la que jamás reveló a sus captores el papel que desempeñó durante la defensa de la playa Omaha. Las consecuencias para él hubiesen sido terroríficas.

En 1947, gracias a la petición cursada por su padre, regresó a la granja familiar, donde hubo de reincorporarse a las labores agrícolas de inmediato dada la avanzada edad de su progenitor.

Su adiós

Severloh falleció a la edad de 82 años en Lachendorf, Alemania, en tiempos de paz. Época bien distinta a la vivida en su juventud, donde la brutalidad que hubo de experimentar le acompañó hasta sus últimos minutos de vida.

Una imagen bien distinta a la de aquel joven soldado me viene a la mente tras evocar su historia aquel brutal 6 de Junio en las playas normandas.

Recuerdo que, hace años, leí su breve biografía en uno de tantos libros que atesoro sobre la batalla. También recuerdo un documental donde Severloh, en la pantalla, era ya un anciano. Lucía un gran par de gafas, que presidían un rostro de frente despejada, surcado por numerosas arrugas. En la barbilla de Severloh aún destacaba su hoyuelo característico.

Sobre todo recuerdo su mirada al narrar ante la cámara su experiencia vivida aquella mañana. Mirada abatida, dolorida por el mal causado a sus semejantes, a otros jóvenes de edades similares a la suya en aquel lejano año de 1944. Mirada que, tal vez, abogaba por el perdón de aquellos a quien se había visto obligado a matar.

Aquella jornada, o disparabas o te disparaban, no existía cabida para otras alternativas.

Heinrich Severloh, la “Bestia de Omaha”, ha pasado a la Historia como el defensor más enconado de aquel sector de las playas normandas. Entonces era un muchacho que, contra todo pronóstico, infligió cientos de bajas al Ejército estadounidense en medio de un caos ensordecedor.

Tuvieron que pasar 40 años para que, por fin, Severloh contase su versión de los hechos a la prensa. Incluso llegó a participar en varios documentales sobre la batalla donde se relataba su aportación a la defensa de las playas de Normandía.

40 años de remordimientos que, acompañados por otros tantos hasta el día de su defunción, le consumieron por dentro, repletos de pesadillas, traumatizado por la demencial experiencia vivida durante la guerra. Tal vez aquel fue el precio que demandaban sus víctimas una y otra vez.

Lo que sí resulta cierto es que a Severloh jamás le desapareció de la mente la primera de ellas. Se trataba de un joven soldado vestido de verde que, sobre la playa, corría en busca de un lugar donde protegerse.

Sonó un disparo y el norteamericano se desplomó sobre la arena. Su casco rodó a sus pies y la sangre comenzó a teñir la arena de color escarlata. Aquel anónimo soldado visitó sus sueños una y otra vez. Imagen imborrable que atormentó a Severloh durante décadas.

¿Llegó a expiar sus remordimientos?

Para ello recomiendo que el lector profundice en esta cuestión ya que, un capellán castrense que participó en la batalla (el padre Silva), y que recibió tres balazos aquel 6 de Junio (tal vez alguno de ellos autoría de Severloh), se reunió con el protagonista de esta entrega, años después, para simbolizar una emotiva reconciliación durante uno de los aniversarios del desembarco de Normandía.

El padre Silva (izda.) y Severloh (dcha.) simbolizan en Normandía la reconciliación años después de la batalla.

Severloh. Joven granjero. “La Bestia de Omaha”. Para unos un carnicero, para otros un soldado que se limitó a cumplir con su deber en medio de una situación desesperada.

A modo de conclusión, y espero también sirva para reflexionar al lector, me quedo con algunas de sus propias palabras:

¿Saldría vivo de allí? Yo no quería estar en la guerra. Yo no quería estar en Francia. Y no quería estar disparando con una ametralladora a chavales de mi edad.

¿Qué hubieses hecho tú en su lugar aquella mañana del 6 de Junio?

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Daniel Ortega del Pozo
Daniel Ortega del Pozo. Licenciado en Ciencias del Trabajo, auditor y docente de profesión, es un apasionado de la Historia y estudioso de los conflictos bélicos que salpican la existencia del ser humano. Escritor, investigador y divulgador histórico, cuenta con varias obras literarias publicadas acerca de la Segunda Guerra Mundial, actividad que compatibiliza con su blog "Curiosidades bélicas" donde hace llegar a los lectores, de un modo original y ameno, aspectos poco tratados o desconocidos de las dos guerras mundiales del siglo XX. Web: https://danielortegaescritor.com Contacto: info@danielortegaescritor.com

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